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                   LAS HOJAS QUE EL FUEGO ABANDONÓ
	Nada envejece tan pronto, salvo una flor, como puede envejecer una poesía. El poeta la hará durar un día más o un día menos, según su habilidad para sustraerla a la acción del tiempo. José Gorostiza.
	Muerte sin fin es la forma y la conciencia de la forma. O. Paz.
Muerte sin fin (MSF) (1939) posee entre sus referencias inmediatas más conocidas la complejidad, la hondura, la riqueza conceptual. El poema de José Gorostiza (1901-1973) se ha considerado poema-tesis; poema-objeto; poema-río que se desarrolla y crece al paso del tiempo; posee infinitas interpretaciones, renovables cada vez. Lo anterior no deja de ser una suma de tentativas. Tal vez sería más sencillo repetir con Salvador Elizondo que "un poema como Muerte sin fin no se puede comentar; presentarlo equivale a crear un equívoco en la esperanza de los que no lo conocen y a una necedad en el recuerdo de quienes ya lo han leído o escuchado alguna vez" ("Espacio-tiempo del poema"). De ahí que casi todas las explicaciones sobre este poema -al adentrarse- más que transparentar su contenido, su expresión, sus laberintos retóricos, su imbricación conceptual (filosófica), crean interrogantes que se encadenan. El poema se despliega en distintos planos simultáneamente. Una solución sería la visión de MSF como poesía pura; (noción de Mallarme que denomina a la poesía que está incontaminada de significado lógico). Dividido en dos partes el poema se compone en verso endecasílabo blanco, mezclado con versos de diferentes cantidades, principalmente heptasílabos.
	A partir de la metáfora del vaso y el agua, el primero es forma que siempre se moldea por el recipiente que la contiene. Pero la forma nunca se alcanza; parece ser ésta una metáfora más de la palabra como el instrumento más preciado con el cual se expresa la inteligencia "páramo de espejo", "soledad en llamas" (la lucidez es más concentrada y abstracta que aquella, que al menos alcanza a conformar ideas, no sólo, ráfagas de verdad en resplandor: sabiduría).
	El agua se adhiere al vaso y adquiere una provisional forma que al instante se pierde; queda presa en ese objeto que metafóricamente es el espacio delimitador, infinitamente cerrado en un tiempo eternizado. La palabra así es un eterno retorno. Es el tiempo de Dios que aflora un día/ que cae, nada más, madura ocurre,/ para tornar mañana por sorpresa/ en un estéril repetirse inédito (100-103).
	Fundamentales interrogantes sobre el decurso de la vida y por lo tanto de la muerte están presentes en MSF . Dios y la creación de la naturaleza. Y ese dios se encuentra con el creador de la forma: el poema, espacio de la poesía, y el poeta será su propio Dios.
	Uno de los rasgos de este poema es el drama inocultable de la existencia; la fatalidad como destino se enfrenta al libre albedrío; la lucha del creador por alcanzar la forma, aceptando la esterilidad de las palabras; ... esas eléctricas palabras/-nunca aprehendidas,/ siempre nuestras-/ que eluden el amor de la memoria./ pero que a cada instante más sonríen/ desde sus claros huecos/ en nuestras propias frases despobladas (104-110).
	Vaso-forma no son su apariencia, apenas se vislumbran tentativas perdidas. Pero el vaso en sí mismo no se cumple.[...] Mas la forma en sí misma no se cumple (397 y 421). El poeta se pregunta por la naturaleza de la forma, barruntos de luz; presagios que no iluminan... ¿qué esconde en su rigor inhabitado/ sino esta triste claridad a ciegas,/ sino esta tentaleante lucidez? (399-401). Y de nuevo la palabra-forma, vulnerada se exalta y se consume como cirio en tinieblas; sólo alienta la vida y flanquea la muerte, pero no permanece. Los sentidos tan sólo son espectadores del cuerpo e inermes caminantes de la conciencia: ¡Ilusión, nada más gentil narcótico/ que puebla de fantasmas los sentidos!/ Pues desde ahí donde el dolor emite/ ¡oh turbio sol de podre! (431-434).
	A lo largo del poema las imágenes se suceden entre el vértigo de los sentidos y los asertos de la conciencia.
Las dualidades se confrontan y a lo largo de los distintos cantos o partes en que se divide el poema, se funden en el poema: orden-caos; poesía-filosofía; revelación-misterio; ocaso-florecimiento; significante-significado; lucidez-ambigüedad; vacío-plenitud; aclamación-silencio; delirio-razón; construcción -destrucción; salvación-fracaso; drama-consagración; vida-muerte. Muerte sin fin; eterna muerte donde renacer y agonía se encuentran y se funden. Porque en el lento instante del quebranto,/ cuando los seres todos se repliegan/ hacia el sopor primero/ y en la pira arrogante de la forma/ se abrasan, consumidos por su muerte... (524-528).
	La fatalidad que encierra el poema, no es más que una extensión de la realidad. La atemporalidad es uno de los rasgos de MSF que le vuelve inmovil a pesar de la intensidad desbordada del flujo expresivo y conceptual. La forma añorada que a otro nivel es la presencia del amor que no aparece como dulzona añoranza o futil desesperanza. Porque la apariencia no es más que representación; la sensoralidad no es la realidad tangible, sí la certeza de la conciencia y la aprehensión de las emociones: ...en las zonas ínfimas del ojo/ no ocurre nada, no, sólo, esta luz/ [...] está alegría,/ única, riente claridad del alma. [...] (130-134). Mas en la médula de esta alegría,/ no ocurre nada, no; sólo un cándido sueño que recorre/ las estaciones toda de su ruta/ tan amorosamente/ que no elude seguirla a su infiernos... (175-180). Ese sueño ... desorbitado/ que se mira a sí mismo en plena marcha (215-217) es un elemento que permite la coexistencia entre el delirio racional y la estrechez de la irrealidad (que el mismo vaso es, a pesar de contener la forma, sus formas). El palpitar de la existencia ya no es un péndulo que acuña las horas o los latidos que representan la vida corporal; es un ritmo que sostiene la tensión del verso (o del drama), aun ante la ausencia de la voz,   que aguarda entre júbilo y el estremecimiento lo impredecible, aun, el postrer momento que la misma palabra esculpe. Largas cintas de cintas de sorpresas/ que en un constante perecer anérgico,/ en un morir absorto (231-233) [...] muerte sin fin de una obstinada muerte,/ sueño de garza anochecido a plomo/ que cambia sí de pie, mas no de sueño, que cambia sí la imagen, mas no la doncellez de su osadía/ ¡oh inteligencia, soledad en llamas!/ que lo consume todo hasta el silencio (241-247).
	Al iniciar el canto VII hay una lamentación sobre la inteligencia que -al igual que la forma, la palabra y la muerte- se consume a sí misma no muy lejos de la presencia de ... el iracundo amor que lo embellece [el calor del lodo fingido]/  y lo encumbra más allá de las alas... (257-260). Y en el canto XV la lamentación se vuelve rumor de la fatalidad ...sí, todo él, lenguaje audaz del hombre,/se le ahoga -confuso- en la garganta/ y de su gracia original no queda/ sino el horror de un pozo desecado/ que sostiene su mueca de agonía (581-585).
	El vaso y el agua semejan la lucha entre el contenido y la forma en la escritura (el poema) que aparece con un ritmo templado. ...Pero el vaso/ -a su vez-/ cede a la informe condición del agua/ a fin de que -a su vez- la forma misma,/ la forma en sí, que está en el duro vaso/ sosteniendo el rencor de su dureza (502-507). Al ceder el vaso, aloja el agua y se libera. Vaso y agua se extinguen en su petreo encarcelamiento. En la red de cristal que la estrangula,/ el agua toma forma,/ la bebe,sí, en el módulo del vaso,/ para que éste también se transfigure/ con el temblor del agua estrangulada (495-499). El agua se asfixia y así perdura la forma (cuyo ideal es inalcanzable para el poeta-Dios), aunque se petrificada, sin savia, como la naturaleza reseca antes del renacer de la estación de la fertilidad. ...con un mohino crepitar de gozo,/ cuando la forma en sí, la forma pura,/ se entrega a la delicia de su muerte... (693-695).
	El tiempo aparece con la misma ambigüedad de la existencia y sus fronteras -entre la presencia y la ausencia, el pasado y el futuro, el principio y el fin- son casi imperceptibles. ...un instante, no más, no más que el mínimo/ perpetuo instante del quebranto, cuando la forma en sí, la pura forma/ se abandona al designio de su muerte (511-515).
	Una de las simientes conceptuales de MSF es el tiempo, más aún, lo temporal, que enfrenta al único elemento que lo puede situar: la palabra; mutuamente se destruyen y quedan petrificados en un movimiento perpetuo donde las fronteras de tiempo y espacio desaparecen, de ahí los infinitos horizontes y, también, la sensación de inmovilidad del poema: en un estéril repetirse inédito,/ como el de esas eléctricas palabras/ -nunca aprehendidas,/ siempre nuestras-/ que eluden el amor de la memoria,/ pero que a cada instante nos sonríen/ desde sus claros huecos/ en nuestras propias frases despobladas. (103-110).
	Tiempo y espacio se funden como el horizonte en la oscuridad y la conciencia es la única vigía: ... la rosa marinera/ que consuma el periplo del jardín/ con velas henchidas de fragancia;/ y el malsano crepúsculo de herrumbre (539-542). Mar o infinitud de crepúsculos se mezclan con floridos jardines -que en su exaltación se tornan selvas-; la naturaleza en sus distintas representaciones se iguala al corazón del deseo humano: el deseo -esa precipitación derramada- ilumina en su voracidad los caminos del caos: la realidad visible e innombrable.
	En MSF el amor aparece no como una añoranza irrealizable, sino como una presencia vehemencial, quebrantada por el poderío de la conciencia, la asfixia que sin cesar acompaña la vida y sus tentaciones. Amor es una metáfora de la materia en sus anhelos, titubeos y precariedades ... amoroso temor de la materia,/angélico egoismo que se escapa/ como un grito de júbilo sobre la muerte/ -oh inteligencia, páramo de espejos!/ helada emanación de rosas pétreas/ en la cumbre de un tiempo paralítico;/ pulso sellado;... (267-273). Esta presencia omnipresente se explica con la afirmación de Jorge Cuesta al señalar que el asunto de MSF son "... los amores de la forma y la materia, o como los amores del cuerpo y del espíritu, o como los amores de la parte sensible y de la parte inteligible de la conciencia"("Muerte sin fin de José Gorostiza"). El cuerpo del amor vive plenitudes en este poema; un regocijo instantáneo provoca más el deseo y por lo tanto la vida ...-ay, todo el esplendor de la belleza/ y el bello amor que la concierta toda/ en un orbe de imanes arrobados (553-555).
	Ecos de imponentes ritmos, se oye la algarabía y sonoridades reflejadas en arcoiris; de pronto se mezclan los sentidos y el hombre descubre, de nuevo, el sinsabor de su objeto: él mismo, autoerigido como un dios. Se embeleza, persigue los sentidos de la existencia y se enfrenta a lo inasible, el fin último de su existencia, el amor y la muerte; esta última se eterniza; el primero sólo es exaltación del hombre mismo, que se encubre en otro objeto (deseado).
	Gorostiza, al hablar sobre el proyecto de un libro , señaló que se le ocurrió porque "...la vida y la muerte son las dos caras de un mismo proceso, y desde joven tenía la idea de escribir un libro sobre el amor. Yo creo que el amor es una especie de narcisismo, es el amarse a sí mismo; el amor no es sino el espejo de agua donde uno quiere verse reflejado". MSF, habrá que repetir, es una lucha en la cual el amor sublime, exaltado del enamorado ante el espejo, no aparece; la racionalidad confiere al poema un templada gravedad que, con todo, no deja de lado la febrilidad naciente de la pasión.
	El canto XVII, -y menormente el XVI- parece un himno al Dios-creador, una danza ritual a la naturaleza y sus elementos preciados y preciosos: Porque los bellos seres que transitan/ por el sopor añoso de la tierra/ -¿trasgos de sangre, libres,/ en la pantalla de su sueño impuro¡-/ todos se dan a un frenesí de muerte... (624-628). Aunque el dolor y la frustación por la misma condición inerme del hombre y luego se anuncia que todo volverá a su origen. El canto XVIII opone el renacer con la agónia; el arcoiris con la penumbra; la mirada lo abarca todo en la fugacidad de instantes de sueño en vigilia. Los infiernos ceden a la consumación de la ceniza, entonces el delirio de la razón -o la pasión con un vacío avizorado- es el refugio de la cordura. El derrumbe aguarda a la creación para observar que nada ha cambiado. Cuando las piedras finas/ y los metales exquisitos, todos,/ regresan a sus nidos subterráneos/ por las rutas candentes de la llama,/ ay, ciegos de su lustre,/ ay, ciegos de su ojo,/ que el ojo mismo, como un siniestro pájaro de humo,/ en su aterida combustión se arranca (677-685).
	MSF, en su hondo recorrido cíclico, aprehende imagénes donde la naturaleza resplandece, respirando una juvenil vitalidad, enturbiada por el acecho de inquisidores que el hombre arrastra. En el poema estos elementos se liberan y se petrifican a la vez. Dios y la naturaleza se confunden; la primera es sobre todo imagen y el segundo es un juez modelador de los propios encantamientos del hombre, que habrá de trascender avernos, aguas insondables o cielos inmaculados (como este mar en que respiran/ -peces del aire altísimo-/ los hombres./ ¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!/ Un coagulado azul de lontananza... (64-69).
	El poema de Gorostiza posee entre muchas visiones y revisiones, una amorosa busqueda de la forma (el deseo solo, sólo el deseo) siempre guiada por la inteligencia que fecunda la lucidez sin que ésta pueda contenerse en los recipientes como un flujo; como verdad en los versos. La lucidez es volátil como la plenitud de la flor. Con todo, la forma, engrandece la voz (el canto del poeta. En MSF ese canto es perdurable como los cantos de alabanza de cada amanecer) y es estéril ante el destino (¿simple fatalidad?). La búsqueda de Dios es la indagación del mismo género humano a lo largo de la existencia. Misterio cotidiano del mundo: el tiempo, laberinto sin salida; cautiverio de la conciencia.
	No hay más cómplice que la muerte, sombra que acompaña al hombre, al Dios que el poeta ha creado. La muerte camina ignorando la caída de las horas; la acumulación, mejor, la desaparición de los meses, de los años, porque no ocurre nada, no, sólo esta luz.
                                              			30 de junio de 1998/ enero de 1999